Puedes realizar esta prueba todas las veces que quieras.
Lee el texto y responde los siguientes ítems.
EN EL BOSQUE DE LA SENDA
Mi padre pertenecía a una asociación de aficionados a la observación de aves, y su regalo de cumpleaños fue mi carnet de socia. Eso y su oferta: un lugar en el bosque. ¡El Bosque de la Senda! Hectáreas de monte llenas de castaños, robles, abedules, hayas y acebos. [...]
Es mi primera vez en el Bosque de la Senda. Hace un poco de frío. He llegado al escondite cuando todavía no se había hecho de día. Armando, el jefe del grupo de observación, nos ha acompañado a Martín, su hermano pequeño, y a mí hasta el bosque. [...] La hierba está húmeda de rocío y he venido con las botas rojas de agua. Luego me las quitaré porque, cuando el sol levante, hará calor y se me calentarán los pies (y olerán a queso, me da rabia el olor de mis pies).
Todo está en calma, solo escucho a los ruiseñores, aunque solo faltan unos minutos para escuchar el piar de los demás pájaros en los nidos. Al principio, unos pocos; todos los demás, después. Ya se han despertado los mirlos. Algunos pasan por delante de mí; flechas negras, yendo y viniendo no sé muy bien adónde. De vez en cuando, uno se eleva y recibe disparos de luz de los primeros rayos de sol, filtrado entre las hojas.
Mi escondite es apenas una cabaña: techo de ramas, que, según Armando, hay que cambiar cada semana para que no se seque y se note demasiado el contraste con el resto de los matorrales. Lo ha excavado un poco, o al menos lo ha alisado, y me ha hecho un asiento. Es cómodo y no siento humedad alguna. Desde ahí puedo mirar un terreno sin arboleda y nadie puede verme porque la ventana del escondite es apenas un agujero, suficiente para mis ojos. Me siento bien aquí dentro mientras escucho los sonidos del bosque. Los ruiseñores no callan ni de noche. Los oigo y el corazón se me acelera.
En un bosque de hoja caduca
Gonzalo Moure
(Adaptación)