P6. UN JUEZ JUSTO
Un rey argelino llamado Bauakas quiso averiguar si era cierto o no, como le habían dicho, que en una de sus ciudades vivía un juez justo que podía discernir la verdad en el acto, y que ninguna persona había podido engañarle. Bauakas cambió su ropa por la de un mercader y fue a caballo a la ciudad donde vivía el juez.
A la entrada de la ciudad, un inválido se acercó al rey y le pidió limosna. Bauakas le dio dinero e iba a seguir su camino, pero el inválido se aferró a su ropaje.
—¿Qué deseas? —preguntó el rey—. ¿No te he dado dinero?
—Me diste una limosna —dijo el inválido—, ahora hazme un favor. Déjame montar contigo hasta la plaza principal, ya que de otro modo los caballos y camellos pueden pisotearme.
Bauakas sentó al inválido detrás de él sobre el caballo y lo llevó hasta la plaza.
Allí detuvo su caballo, pero el inválido no quiso bajarse.
—Hemos llegado a la plaza, ¿por qué no te bajas? —preguntó Bauakas.
—¿Por qué tengo que hacerlo? —contestó el mendigo—. Este caballo es mío. Si no quieres devolvérmelo, tendremos que ir a juicio.
Al oír su disputa, la gente se arremolinó alrededor de ellos gritando:
—¡Vayan con el juez! ¡Él juzgará!
Bauakas y el inválido fueron donde estaba el juez. Había más gente ante el tribunal y el juez llamaba a cada uno por turno. Antes de llegar a Bauakas y al inválido, escuchó a un carnicero y un mercader de aceite. El carnicero estaba manchado de sangre y el mercader de aceite. El carnicero llevaba unas monedas en la mano y el mercader de aceite se agarraba a la mano del carnicero.
—Estaba comprando aceite a este hombre —dijo el carnicero— y, cuando tomé mi bolsa para pagarle, me agarró la mano e intentó quitarme todo el dinero. Por eso hemos venido ante ti; yo sujetando mi bolsa y él sujetando mi mano. Pero el dinero es mío y él es un ladrón.
A continuación habló el mercader de aceite:
—Eso no es verdad —dijo—. El carnicero vino a comprarme aceite y después de llenarle un jarro, me pidió que le cambiara una pieza de oro. Cuando saqué mi dinero y lo puse en el mostrador, él lo tomó e intentó huir. Lo agarré de la mano, como ves, y lo he traído ante ti.
El juez permaneció en silencio durante un momento, luego dijo:
—Dejen el dinero aquí conmigo y vuelvan mañana.
Cuando llegó su turno, Bauakas contó lo que había sucedido. El juez lo escuchó y después pidió al mendigo que hablara.
—Yo iba a caballo por la ciudad, cuando me pidió que lo llevara. Lo monté en mi caballo y lo llevé a donde quería ir. Pero, cuando llegamos allí, no quiso bajarse y dijo que el caballo era suyo, lo cual no es cierto.
El juez pensó un momento, luego dijo:
—Dejen el caballo conmigo y vuelvan mañana.
Al día siguiente, fue mucha gente al tribunal a escuchar las sentencias del juez.
Primero vinieron el carnicero y el mercader de aceite.
—El dinero es tuyo —le dijo al carnicero. Y señalando al mercader de aceite, dijo—: Denle cincuenta latigazos.
A continuación llamó a Bauakas y al inválido.
—¿Reconocerías tu caballo entre otros veinte? —preguntó a Bauakas.
—Sí —respondió.
—¿Y tú? —preguntó al mendigo.
—También —dijo el inválido.
—Ven conmigo —dijo el juez a Bauakas.
Fueron al establo. Bauakas señaló inmediatamente a su caballo entre los otros veinte. Luego el juez llamó al inválido al establo y le dijo que señalara el caballo. El mendigo también reconoció el caballo y lo señaló. El juez volvió a su asiento.
—Toma el caballo, es tuyo —dijo a Bauakas—. Den al mendigo cincuenta latigazos.
Cuando el juez salió del tribunal y se fue a su casa, Bauakas le siguió.
—¿Qué quieres? —le preguntó el juez—. ¿No estás satisfecho con mi sentencia?
—Estoy satisfecho —dijo Bauakas—. Pero me gustaría saber cómo supiste que el dinero pertenecía al carnicero y que el caballo era mío y no del mendigo.
—De este modo averigüé lo del dinero: lo puse en una taza llena de agua, y por la mañana miré si había subido a la superficie algo de aceite. Si el dinero hubiera pertenecido al mercader de aceite, se hubiera ensuciado con sus manos grasientas. No había aceite en el agua, por lo tanto, el carnicero decía la verdad.
» Fue más difícil descubrir lo del caballo. El mendigo lo reconoció entre otros veinte, igual que tú. Sin embargo, yo no los llevé al establo para ver cuál de los dos conocía al caballo, sino para ver cuál de los dos era reconocido por el caballo. Cuando te acercaste, volvió su cabeza y estiró el cuello hacia ti; pero cuando el inválido lo tocó, echó hacia atrás sus orejas y levantó una pata. Por lo tanto, supe que tú eras el auténtico dueño del caballo.
Entonces, Bauakas dijo al juez:
—No soy un mercader sino el rey Bauakas. Vine aquí para ver si lo que se decía sobre ti era verdad. Ahora veo que eres un juez sabio. Pídeme lo que quieras y te lo daré como recompensa.
—No necesito recompensa —respondió el juez—. Estoy contento de que mi rey me haya elogiado.
P6. ¿Por qué no quería Bauakas ser reconocido?